Mensaje del Papa Francisco
La Cuaresma
es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada
creyente, pero sobre todo es un tiempo de gracia. Dios no nos pide nada que no
nos haya dado antes, nosotros amemos a Dios porque Él nos amó primero. Él no es
indiferente a nosotros, está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por
nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros
le interesa, su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede.
Pero ocurre
que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás,
algo que Dios Padre no hace jamás. En cambio nosotros no nos interesa sus problemas,
sus sufrimientos ni la injusticia que padece, entonces nuestro corazón cae en
la indiferencia. Yo estoy relativamente bien y a gusto y me olvido de quienes
no están bien. Esta actitud egoísta de indiferencia nos lleva a tal punto que
podemos hablar de la globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar
que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el
pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas
que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes es
la indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real, también para
los cristianos. Por eso necesitamos oír en cada cuaresma, el grito de los
Profetas que levantan su voz y nos despiertan y es muy oportuno este diagnóstico
porque a veces tenemos cristianos que viven sin Cristo, dicho de otra manera,
cristianos que profesan la fe con sus labios pero no la viven en el corazón ni
la viven en sus actos.
Viven un ateísmo
práctico, niegan a Dios con sus acciones. También hay muchos que caen en esta tentación
como la tentación práctica de negar la presencia del otro, del pobre, del
necesitado, del hambriento, del sediento. Por el contrario, Dios no es
indiferente al mundo sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación
de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección
del Hijo de Dios se abre, definitivamente, la puerta entre Dios y el hombre,
entre el Cielo y la Tierra.
Y la Iglesia
es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la
Palabra, la celebración de los Sacramentos, el testimonio de la Fe que actúa por la caridad. Sin embargo el mundo tiende a
cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra al
mundo y el mundo en Él. Así la mano que es la Iglesia nunca debe sorprenderse
si es rechazada, aplastada o herida.
Este es
parte del Mensaje del Santo Padre para el inicio de la Cuaresma 2015.
Lema de la
Cuaresma 2015: “Fortalezcan sus corazones”
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